Después de mi primer rotundo fracaso dietístico, me fui a la siguiente ventanilla: el autoconvencimiento de que soy una gordita feliz, de que me acepto como soy, con mis lonjas, mi panza, nana, buche y nenepil. Y la verdad, la verdad es que no. Entonces opté por vestidos corte costal que ocultaran todas las curvas, las buenas y las malas. Un poste parejo que apareciera en todas las fotos, así, según yo, no había pierde. Y uno se lo cree. Se siente uno muy segura, muy convencida y pues no. La verdad es que hubiera sonreído con más ganas en todas las fotos si supiera que abajo de esa sonrisa estaba el cuerpazo de mis sueños o el vestido ese luciendo las curvas de las buenas. Y en ese ir y venir de si está padre – no está padre, llegué hasta la universidad.
Próximo capítulo: qué hacen los malditos flacos para estar flacos.